Al ver esta casa del estudio holandés 123DV dos ideas se nos cruzan por la mente. Primero nos encanta la sencillez de sus formas, que tienen la frescura de un diseño propio de un estudiante. Y después nos llama la atención lo bien que la construcción encaja con el entorno, aprovechando una colina para crear una casa puente.

Sin embargo, si observamos a los grandes arquitectos, descubriremos que la mayoría evitan cambiar el terreno, y que adaptan su creación al entorno existente. El mejor ejemplo es la Casa de la Cascada de Frank Lloyd Wright.

Los elementos verticales son sólidos y compactos, están anclados al lugar, tanto por su forma como por los materiales empleados, que son piedras de la zona. Son un vínculo con la naturaleza, es como si la casa emergiera de las rocas que le sirven de apoyo.

Los voladizos son realmente sorprendentes, da la sensación de que en cualquier momento van a desplomarse sobre la cascada. Existen multitud de anécdotas sobre su construcción; cuentan los rumores que el propietario no se fiaba de los cálculos e introdujo a hurtadillas acero de más, algo que no le hizo mucha gracia al arquitecto, pero que a la postre fue crucial para la estabilidad de la estructura.


Es aquí donde hace acto de presencia la fluidez espacial que, junto a la relación con el entorno, es una constante en el trabajo del arquitecto norteamericano, esa capacidad de transportarnos del interior de la vivienda al exterior con gestos tan delicados como un plano o una esquina que desaparece.
Por último, mencionar que Wright diseñó los muebles específicamente para el lugar que iban a ocupar en la vivienda y aunque es cierto que no conservan ese aura de “modernidad”, hay que reconocer que no sólo están muy bien integrados sino que realzan las intenciones espaciales del arquitecto.
Fuente: Decoesfera
Imágenes: Wikimedia Commons